lunes, 24 de septiembre de 2018

LOS REALQUILADOS

Mi abuela paterna vivía en la calle Taquígrafo Garriga esquina con Entenza. Era uno de estos pisos de los años 20, largo y estrecho. Y tenía dos balcones, el que daba a los jardines de Joaquim Ruyra, que era el que “pertenecía” a mi yaya, y el balcón trasero, con lavadero y peor vista, que era el de mi tía abuela, la hermana de la yaya.

La escalera era angosta, tenía un pasamanos de madera desgastado por el uso, y barandilla de hierro forjado. El olor de esa barandilla. Sí, el hierro también huele. Y altísimos escalones resbaladizos.

En la portería había un negocio, un kiosko. Cada domingo, cuando íbamos de visita, mi padre, ávido y empedernido lector, me compraba un cuento. Yo esperaba ansiosa los domingos para hacer nuevos amigos, ya fueran piratas, enanos, ardillas o druidas.

En este piso antiguo convivieron dos familias. Es decir, dos matrimonios con dos hijos cada uno. ¡Ah, y la bisabuela! O sea, nueve personas.

Hace poco he leído nuevamente la novela “Si són roses, floriran”, de Manuel de Pedrolo. En ella, la familia protagonista alquila una habitación a una muchacha, ya que, aun trabajando todos, sus sueldos son precarios y cuesta llenar la cazuela cada día.

Los realquilados, esa figura tan presente en la España de posguerra, es signo inequívico de la miseria. Pero miseria por partida doble. Miserable el realquilado, porque teniendo un trabajo de jornada completa, y, a veces, algún trabajillo extra, no podía pagar el alquiler de un piso para él solo. Y miserable la familia que alquilaba la habitación, embutiendo a los hijos a dormir con la abuela, porque tampoco podían sostener los gastos mensuales y necesitaban del sobre del realquilado. Esta novela siempre me ha recordado a mi abuela y el piso compartido por las dos familias. Pero ellos no realquilaron ninguna habitación, ya no había donde apretarse más.

Llevo días escuchando en la radio la sugerencia de que si tienes una habitación que te sobre, ¡alquílala! Así rentabilizas ese espacio. En ningún momento comentan cuál es la fiscalidad que te aplicarán por esos ingresos. Y hace unos meses vi en los autobuses de Barcelona un anuncio de un portal de internet donde podías encontrar pisos compartidos, porque compartir piso es temendamente divertido.

De estupendo, nada. Son realquilados. Es miseria. Es precariedad. Disfrazada de buenrollismo y modernez. Llamemos a las cosas por su nombre, es lo mínimo que podemos hacer, no caer en el engaño.

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